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En estos días se celebra en la FDA el Torneo Los Inmortales, dedicado a los ajedrecistas que fallecieron en el accidente aéreo del 15 de noviembre de 1992, en Puerto Plata, cuando se dirigían a Cuba. El evento es organizado por la fundación que encabeza la gran propulsora del ajedrez, la ingeniera Elizabeth Hazim, quien se ha esmerado para que no olvidemos esa triste fecha para el ajedrez dominicano y para el deporte nacional. En el salón de la FDA están los nombres y las fotos de los inmortales que fallecieron ese día. Además del dolor de la tragedia, particularmente quedé impresionado, pues estaba previsto que José Manuel Domínguez y yo (en mi condición entonces de Presidente de la Asociación de Ajedrez de Santiago) estuviéramos en ese avión, lo que no ocurrió por casualidades del destino.

 Me permito publicar un artículo que escribí en aquella ocasión en el Semanario Católico Camino.

 

EL AJEDREZ LLORA SU INFORTUNIO

                  El ajedrez dominicano está de luto y hasta Cuba se viste de negro.

            Los peones lloran golpeando sus plebeyas figuras contra el verdoso tablero de un ajedrez espantado por su reciente apariencia tétrica, incendiara y pasmosa.

            Los caballos brincan como locos y se estrellan contra un muro de fuego cual suicidas desesperados por amores perdidos en la eternidad.

          Los alfiles, con sus diagonales aturdidas, maldicen sin cesar a la montaña asesina y se lanzan al vacío dejado en las 64 casillas, para allí morir en profunda meditación, porque también decidieron matar la vida.

            Y la torre se olvidó de sus firmes columnas y ahora sólo anhela desplomarse y perderse en el infinito. ¡Oh gambitos perfumados! La torre ya no quiere ser piedra, sino espuma celestial.

            Y la reina, desde siempre hermosa, hoy sufre radicales transformaciones estéticas que la obligan a refugiarse en cuevas tenebrosas para esconderse de quienes, durante siglos de colores, la han contemplado como el ser más sublime de la naturaleza.

            La reina agoniza en su oscuridad, y su pesar y su dolor se expanden con fuerza de huracán, prometiendo arruinar los pensamientos calculados de los amantes quijotescos del juego-ciencia.

            Y el rey, atrapado en un jaque mortal, no tiene escapatoria. Sólo le queda rendirse con orgullo ante la cruda realidad del ave metálica que destruyó a sus súbditos humanos.

            Con la tragedia únicamente ha ganado Dios, quien, junto a ángeles y arcángeles, podrá disfrutar en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecistas que no lograron alcanzar la tierra de Martí.

            Paz a los restos de Pachón, Manolo, Marcelino, Héctor, César y Adelquis (cubano).

Pedro Domínguez Brito

29 de noviembre, 1992.

 

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FEDERACION DOMINICANA DE AJEDREZ .::. 2010

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