El Ajedrez llora su infortunio
El ajedrez dominicano está de luto y hasta Cuba se viste de negro.
Los peones lloran golpeado sus plebeyas figuras contra el verdoso tablero de un Ajedrez espantado por su reciente apariencia tétrica, incendiaria y pasmosa.
Los caballos brincan como locos y se estrellan contra un muro de fuego cual suicidas desesperados por amores perdidos en la eternidad.
Los alfiles, con sus diagonales aturdidas, maldicen sin cesar a la montaña asesina y se lanzan al vacío dejando en las 64 casillas, para allí morir en profunda meditación, porque también decidieron matar la vida.
Y la torre se olvidó de sus firmes columnas y ahora sólo anhela desplomarse y perderse en el infinito. ¡Oh gambitos perfumados! La torre ya no quiere ser piedra, sino espuma celestial.
Y la reina, desde siempre hermosa, hoy sufre radicales transformaciones estéticas que la obligan a refugiarse en cuevas tenebrosas para esconderse de quienes, durante siglos de colores, la han contemplado como el ser más sublime de la naturaleza. La reina agoniza en su oscuridad, y su pesar y su dolor se expanden con fuerza de huracán, prometiendo arruinar los pensamientos calculados de los amantes quijotescos del juego-ciencia.
Y el rey, atrapado en un jaque mortal, no tiene escapatoria. Apenas le queda rendirse con orgullo ante la cruda realidad del ave metálica que destruyó a sus súbditos humanos.
Con la tragedia únicamente ha ganado Dios, quien, junto a ángeles y arcángeles, podrá disfrutar en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecistas que no lograron alcanzar la tierra de Martí.
Paz a los restos de Panchón, Manolo, Marcelino, Héctor, Cesar y Adelquis (cubano)
Estas líneas, escritas con mi mano temblorosa y mi corazón desgarrado, también van dedicadas a un hombre honesto que allí también perdió la vida: Rafael Espinal (Felo). Con su partida el país perdió una auténtica alma cristiana.
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