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¡Honor a Los Inmortales!

14 de noviembre 2012

 

Por Pedro Domínguez Brito


La Federación Dominicana de Ajedrez recuerda y rinde tributo a nuestros inmortales, esa raza noble de ajedrecistas que fallecieron el 15 de noviembre de 1992, en un accidente aéreo en la Loma Isabel de Torres, Puerto Plata, mientras se dirigían a Cuba.

Hace ya 20 años de esa tragedia que enlutó al deporte 
nacional. El Ing. Rafael Damirón, un símbolo del deporte ciencia, en su libro Hablemos de Ajedrez, nos expresa: “… no pudimos evitar el recuerdo de las crudas imágenes vividas en su compañía (del Lic. Fabio Sánchez, otra gloria del ajedrez dominicano) durante las operaciones de rescate en la cumbre de la loma, y recordar también cómo en medio del dolor y el silencio se apoderó de nosotros la cólera y la desilusión”. Honor eterno a nuestros inmortales: Juan José Matos Rivera (Pachón), Marcelino De La Rosa, Manolo Marte, Héctor Ogando, César González y Adelquis Remón.


Recuerdo que José Manuel Domínguez y un servidor viajarían en ese avión, invitados por Pachón, José Manuel, como ajedrecista extraordinario y muy respetado en la patria de Martí, y yo como presidente entonces de la Asociación de Ajedrez de Santiago.  Por razones de comunicación no pudimos ir.


Días después del fatal accidente, escribí en el Semanario Católico Nacional un artículo que me permito compartir con ustedes.

 


El Ajedrez llora su infortunio

 

El ajedrez dominicano está de luto y hasta Cuba se viste de negro.


Los peones lloran golpeado sus plebeyas figuras contra el verdoso tablero de un Ajedrez espantado por su reciente apariencia tétrica, incendiaria y pasmosa.


Los caballos brincan como locos y se estrellan contra un muro de fuego cual suicidas desesperados por amores perdidos en la eternidad.


Los alfiles, con sus diagonales aturdidas, maldicen sin cesar a la montaña asesina y se lanzan al vacío dejando en las 64 casillas, para allí morir en profunda meditación, porque también decidieron matar la vida.


Y la torre se olvidó de sus firmes columnas y ahora sólo anhela desplomarse y perderse en el infinito. ¡Oh gambitos perfumados! La torre ya no quiere ser piedra, sino espuma celestial.


Y la reina, desde siempre hermosa, hoy sufre radicales transformaciones estéticas que la obligan a refugiarse en cuevas tenebrosas para esconderse de quienes, durante siglos de colores, la han contemplado como el ser más sublime de la naturaleza. La reina agoniza en su oscuridad, y su pesar y su dolor se expanden con fuerza de huracán, prometiendo arruinar los pensamientos calculados de los amantes quijotescos del juego-ciencia.


Y el rey, atrapado en un jaque mortal, no tiene escapatoria. Apenas le queda rendirse con orgullo ante la cruda realidad del ave metálica que destruyó a sus súbditos humanos.


Con la tragedia únicamente ha ganado Dios, quien, junto a ángeles y arcángeles, podrá disfrutar en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecistas que no lograron alcanzar la tierra de Martí.


Paz a los restos de Panchón, Manolo, Marcelino, Héctor, Cesar y Adelquis (cubano)


Estas líneas, escritas con mi mano temblorosa y mi corazón desgarrado, también van dedicadas a un hombre honesto que allí también perdió la vida: Rafael Espinal (Felo). Con su partida el país perdió una auténtica alma cristiana.